(Dedicado
a Cándido Rodríguez Navarro. In memoriam)
Es
sentir en mi cara los vientos que estriaron tu cara,
Esculpir
en los labios de las cosas la sal de los mares que besaron.
Pienso
en ti y tu espíritu me acoge en su mar perfecto,
Y
tu espíritu me desgarra con su espuma pacífica.
Pensar
en ti, es Universo: Estrella, espuma, madera,
Hierro,
y libro, y pájaro, y hombre entero,
Plenilunio
que ilumina toda noche,
Luz
que se expande y estalla de candor sagrado.
Cualquier
frase tuya es oro dulce que se derrama en la memoria.
Pensar
en ti, querido Cándido, amigo, es Amor,
Es
venir de la lejanía, ir a las olas, al océano,
Porque
tú amaste mucho, porque tú amaste tanto. . .
Que
fuiste capaz de hacer del Amor
Un
eterno y maravilloso viaje que no acaba con la muerte de tu cuerpo,
Porque
tu Amor es tan inmenso que nos ha impregnado por adentro,
Y
perdura y se prolonga en tantos de nosotros.
Tú,
querido Cándido, amigo, no has muerto,
Tú,
has vivido derrotando la muerte paso a paso.
Tus
manos, tu inteligencia, tus palabras suaves
No
se mueven de nosotros.
Tus
dibujos, tus escritos,
Esa
profundidad científica, ese humanismo inagotable,
Están
aquí, tan vivos, inéditos, como cuando tu cuerpo se tocaba.
Ahora,
que parece como si nos faltases, querido Cándido, amigo,
Ahora
que a tantos y a tantas parece que nos faltas,
Te
recuerdo alegre, afable, seguido siempre por multitudes
De
ideas purpúreas, de sueños siempre por crear.
Pensar
en ti, es pensar en un creador integral.
Has
creado tanto. . .
Has
creado el sueño de hacerse creer,
De
querer ser querido.
Has
tirado de uno y de otro, de muchos
Que
encontraron en ti el inequívoco hueco.
Si
me arrepiento de algo, ahora, mi querido Cándido, amigo,
Es
de no haber compartido contigo más momentos, la esencia musical de tus
palabras,
Contigo,
Maestro, amigo, fuente de la que se bebe el Saber
Y
el sabor de lo entrañable.
¿Recuerdas,
Cándido, cuando me preguntaste un día?: ¿Qué será de la otra vida? ¿Cómo será
ese otro lugar?
Me
atrevo, como me atreví a contestarte y, ahora, te aseguro:
Ese
lugar es sin duda el que tú deseas, y en ese lugar serás eterno,
Como
tus hechos y tus plegarias.
Ahora,
mientras escribo estas palabras, en tu memoria,
Gozo
pensando en ti, sonrío pensando en ti,
El
corazón y los pulmones se me quieren salir del cuerpo, recordándote.
Te
recordarán tantos.
Y
es que te debemos mucho todas y todos aquellos
Que
hemos tenido la suerte de tenerte.
Fluyen
de mí estas palabras sinceras,
Que
no necesitan pensarse para escribirse,
Porque
salen del corazón,
Como
los gorrioncillos salen del verdor mismo de los campos
En
los implacables y luminosos días de primavera.
No
es necesario esforzarse en buscar versos preciosos,
Porque
tú has sido el más precioso verso: Tu vida, conocerte, saberme tu amigo.
Pensar
en ti, es pensar en un maestro,
Fermento,
incentivo estupendo, moral sublime,
Ventana
abierta hacia el azul,
Para
el que ahora te recuerda verazmente.
Pensar
en ti, querido Cándido, amigo, es ahondar
En
la huella que has dejado en tantas almas adolescentes.
Tu
espíritu vive dentro de mí y de ellos, y tú lo sabes,
Y
sabiéndolo me siento y se sienten fuertes, jóvenes –como tú siempre has sido-,
Emprendedor,
calle accesible a todos los pensamientos,
Buscador
de vida, de amor, de sueños desconocidamente verdaderos.
Te
debo tanto,
Te
debemos tanto. . .
Pensando
en ti se acortan todas las distancias,
Se
levantan los valles, se aplanan las montañas,
Se
alcanza el cielo de una forma tan sencilla.
Y
ahora, déjame decirte, en tu memoria:
En
ti no hay propósitos perdidos, ni sueños imposibles,
Ni
propósitos muertos, ni sueños sin razón,
Porque
cualquier sinrazón en la que pensemos
Se
ha hecho razón con tu presencia,
Con
tu estancia entre nosotros,
Con
tu ejemplo nítido e impoluto.
Contigo
mi destino no desvela
Y
mi propia metafísica es tu propia metafísica,
Porque
te tengo, porque te pienso, porque te siento.
A
tu lado no hace frío
Y
la memoria de alguna cosa tuya
Me
calienta el alma.
Tu
furia derrota el destino,
Porque
interaccionas con todo,
Porque
has caminado circunscrito a la inconfusión.
Tú,
como yo, tienes cuerpo y alma,
Y
la lluvia, cuando nos llega, nos transforma en seres transparentes.
Yo
no soy nada,
Quizá
nunca seré nada,
Y
si algo soy, es porque tú me haces sentir los sueños del mundo.
Y
aunque hoy estoy vencido en tu recuerdo,
Hoy
también estoy lúcido, como si estuviese en los umbrales de la muerte.
Comulgando
con tu muerte encuentro la lucidez que jamás te faltó,
Y
me siento hermano de las cosas como tú me enseñaste.
Hoy
estoy perplejo, como quien pensó y halló
Y
jamás te olvida.
Y
tengo la sensación de que todo es sueño en tu sueño,
Como
cosa eternamente real por adentro.
Los
hombres como tú, querido Cándido, amigo, no mueren,
Se
transforman en nosotros,
Se
pueden beber, se pueden traspasar
Y
salir de ti reconciliados,
Convertidos
en hombres enteros, en casas, en arterias, en metales, en óleo,
En
estrellas inagotables,
En
hombres con inmensas ganas de vivir
Y
seguir recorriendo el camino que dejaste.
Hoy
estoy lúcido, como si estuviera a punto de verte otra vez,
De
estrechar tus manos, de abrazarte nuevamente,
De
no sentir jamás tu despedida,
Convertido
en sílaba, en símbolo, en jardín,
En
gota de agua a punto de ser rocío.
Francisco
Javier Sánchez Sánchez-Cañete